jueves, 17 de septiembre de 2009

Sobre la autoestima de los profesores

Pues eso, que llevo unos días pensando escribir sobre esto de la educación, los profesores, la autoridad, la perdida de estatus, y "yo que sé" que cosas más.

Y en esto me encuentro en Oposinet-Noticias y un artículo de Natalia Ruiz, que resume, y engloba muchas de las ideas que circulan por mi cabeza. Bien ordenadas quedan en este artículo:
Se habla a menudo de infravaloración de la actuación docente, de carencia de protagonismo, de pérdida de autoridad, de la construcción y proyección de una imagen negativa y difusa de la profesión, y de algunas cosas que tienen que ver con la baja consideración del auto concepto docente.

En cualquiera caso, es evidente que la profesión vive y sobrevive con un fuerte complejo de inferioridad, porque se piensa que lo que se hace está poco valorado, que sus innovaciones no son reconocidas y que sus esfuerzos son menospreciados. Es necesario decir que a menudo es el profesorado mismo el que hace bien poca cosa por luchar por este merecido reconocimiento, profesional y social, instalándose en la cultura de la queja permanente; una vía que no conduzco a ninguna parte, más que al propio cansancio y a la desmoralización individual y colectiva.

Las causas de este fenómeno son internas y externas a la profesión y extraordinariamente complejas. Jaume Carbonell analiza diez hipotéticas razones de la baja autoestima docente planteadas de forma necesariamente sintética:

1. El creciente, diversificado y poderoso mundo de los expertos y especialistas de la psicopedagogía y del conjunto de las llamadas ciencias de la educación que monopolizan el discurso educativo. Ellos son los que diseñan reformas, programas de innovación y planes de formación; ellos son los que marcan la agenda de los temas de los cuales hace falta hablar, de lo que es importante y de lo que no es. Ellos son los que investigan, publican y son invitados a los foros educativos y a los medios de comunicación. De esta forma, durante los últimos años, la innovación educativa se ha hecho más desde la academia que desde la escuela. Hay profesores que sólo son escuchados cuando se convierten en expertos.

2. La permanente culpabilidad (desde el ámbito familiar, social y de los medios de comunicación) de la escuela por elfalso descenso del nivel de enseñanza y trabajo del profesorado. Aquí se da una curiosa paradoja: las familias y el conjunto de la sociedad critican los maestros y hasta desconfían, pero, al mismo tiempo, cada vez delegan y confían nuevas funciones y responsabilidades. Es evidente que la polivalencia docente tiene un límite, y cuando se confunde la profesión con las heroicidades de un superman o de una superwoman, difícilmente las expectativas sociales se cumplen.

3. El discurso obsesivo y dominante sobre el malestar docente que eclipsa los aspectos satisfactorios y positivos de la profesión. No negaremos algunas obviedades en algunos contextos y situaciones escolares, donde las condiciones de trabajo se hacen particularmente difíciles, el malestar docente es una consecuencia lógica. Ahora bien, en otras situaciones y circunstancias es necesario analizar si el malestar docente es fruto de las condiciones objetivas o no es otra cosa que la construcción de una coartada y de un discurso cómodo y autojustificatorio para oponerse a cualquier proceso de innovación y de cambio, venga de donde venga. Por otra parte, se olvida la cara positiva de la profesión, como si existiera un cierto complejo de inferioridad a mostrarla, cuando es evidente que hoy hay muchos maestros que encuentran mucho sentido a su oficio, que disfrutan y que descubren un montón de satisfacciones.

4. La irrupción de otros agentes educativos y la competencia que surge, que han hecho que el magisterio ya no ejerza con la exclusividad de hace un tiempo la instrucción o transmisión del conocimiento. La televisión y el mundo de la imagen, las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación y el alud de ofertas extraescolares han generado un cierto grado de desconcierto y confusión. Algunos sectores lo perciben incluso como una pérdida de autoridad, como sí su trabajo quedara cuestionada y con un cierto grado de miedo y de angustia delante de un futuro tecnológico que cada vez controlan menos.

5. La crisis la vocación del magisterio, entendida como una carencia de identificación, ilusión y compromiso global con la infancia, la escuela y la comunidad, y una falta de orgullo hacia la profesión. Parece que algunas de estas palabras pertenecen a otros tiempos y que la vocación de maestro se identifica con sacerdocio, voluntarismo y carácter misionero, como si este concepto no fuera susceptible de evolucionar en la postmodernidad y no se pudiera pensar también en clave de una concepción innovadora y progresista de la profesión.

6. El despliegue por parte de la Administración de una amplia retórica sobre la importancia del profesorado, que, en la práctica, se queda en nada. La voz del profesorado -más allá de cuatro simulacros y escenificaciones para salir del paso- es excluida del debate sobre las reformas educativas, proyectos pedagógicos u otras grandes decisiones que afectan directamente al profesorado. Tampoco la Administración es demasiado sensible a la hora de valorar el trabajo real del profesorado, mejorar sus condicione de trabajo o escuchar sus reivindicaciones.

7. La tan mencionada autonomía docente queda diluida o borrada por la cada vez más poderosa colonización administrativa y burocrática de la escuela. Cada vez la enseñanza está más condicionada y regulada -el currículo, la evaluación, los tiempos, los espacios, la organización y funcionamiento de los centros, etc.- y quita libertad a los equipos de maestros y a las comunidades educativas para construir proyectos educativos pedagógicamente diferenciados.

8. Los nuevos planes de estudio de la década de los noventa han supuesto la muerte del maestro y el triunfo del especialista. De esta forma, muchos estudiantes adquieren desde buen principio este nuevo perfil de especialista de educación física, musical o especial, el cual consolidan cuando acceden a los centros, al "integrarse" en los claustros.

9. El auténtico fracaso, quitado algunas excepciones, de la formación del profesorado con respecto a conseguir una nueva cultura profesional innovadora y una modificación de sus hábitos y actitudes que hagan posible un cambio en sus prácticas escolares y en la vida en los centros y en las aulas. Además, esta formación es a menudo muy fragmentada y le falta el enfoque de una visión global de la infancia, la escuela y la enseñanza. En cierta manera, hemos asistido a una continuación -explícita o implícita- de aquella muerte del maestro y del triunfo del especialista al que nos referíamos en el punto anterior.

10. El hecho de que todo el mundo se siente autorizado para criticar y cuestionar la escuela y el trabajo del maestro. A diferencia de lo que pasa con otros oficios y profesiones donde se reconoce la existencia de un saber específico adquirido a fuerza de formación y experiencia, en la enseñanza parece que este reconocimiento no exista y que se piense que se trata de un campo donde el sentido común, la práctica como educadores familiares o la proximidad que da la experiencia como estudiante son capital cultural suficiente por poder interpelar al profesorado de igual a igual. Esta posición se va reafirmando en la medida que el nivel cultural medio de la población va aumentando. No se acaba de entender que el arte o la ciencia también se adquieren con el estudio, y esto, naturalmente, desmoraliza al profesorado.

¿Conclusiones? Sólo tres y breves:

a) Recuperar el orgullo de ser y hacer de maestro con todo lo que esto supone.
b) Investigar y analizar más a fondo estas y otras razones de la baja autoestima, haciendo uso del pensamiento que se fundamenta en las explicaciones complejas y multicausales y no en los cuatro tópicos que buscan la fácil -o imposible, según como se mire- cuadratura del círculo.
c) Transgredir y cambiar en la práctica todo aquello que impide a los maestros tener más autonomía, autoridad y poder. Las dificultades son grandes, pero las posibilidades son inmensas.

sábado, 20 de junio de 2009

Tiempos modernos

Leo en el Adarve una interesante reflexión sobre el "valor" de la escuela. "No sirve para nada", afirma en tono irónico y buscando remover las conciencias (para quién las tenga, claro está).

Hace unos años, cuando no existía la obligatoriedad de mantener a los adolescentes hasta los 16 años dentro de los recintos escolares, las calles, y algunas "dignas" empresas se encargaban de la formación última, de esa fase propedeútica para la vida. A base de golpes se aprende, señalaban entonces, y aún algunos señalan hoy, entrando en contradicción (o tal vez no tanto) con aquello de "la letra con sangre entra".

Los tiempos han cambiado, pasaron unos años, y curiosamente, aun prevalecen muchos de los paradigmas de la educación, digamos "tradicional", y los nuevos métodos no acaban de resolver la desmotivación y el tan traído y llevado "fracaso escolar". Muchos padres, prefieren las escuelas concertadas, otros la creación de grupos homogéneos que libren a sus hijos del mal compañero/a, y algunos, pese a no hablar mucho con sus hijos/as o sus profesores, se dedican a repartir culpas.

Y digo yo, no será que nos han engañado un poco.
3551647478_3d3c62a5a8Subirse al carro de esta sociedad moderna consumista y exigente para con padres y madres trabajadoras, esa que pone en los abuelos la tabla de salvación de todo, esa sociedad que exprime para tener ese móvil de última generación, esa televisión de plasma, o esas excursiones de fin de semana a los grandes centros comerciales; la de los niños/as que todo piden y todo consiguen. Subir a la grupa de este tiempo de "otras necesidades", y cabalgar por sus sinsabores, tiene una cuota, creo, que demasiado alta, que nuestros alumnos/as están pagando, a veces incluso de forma muy cara.

Es dificil adaptar la escuela a estos tiempos, y en eso estamos.
La foto es de: http://www.flickr.com/photos/freeparking/3551647478/in/set-72157603093587995/

martes, 9 de junio de 2009

Del fin de curso y la docena de huevos

No se bien cómo serán los finales de curso en otros lugares. Por aquí, por donde el que escribe, desarrolla sus tareas, trabaja, la cosa anda un poco...digamos, sin acritud, enredada.

Becas.  Donde, curiosamente, en demasiadas ocasiones hay que ir a por los alumnos/as casi con lazo, para que no se queden sin rellenar la "difícil" solicitud que le permitirá disponer, si la resolución lo estima acertado de esas mochilas repletas de pesados, pero gratuitos libros.

3102331419_093b94209a_mSolicitudes varias, matrículas, memorias, inventarios, papeles de la más diversa índole que cuando el calor aprieta, y por aquí lo hace, se nos hacen "pesados pergaminos" con dudosa funcionalidad ulterior.

Además, para llenar esta copa del desasosiego, propio de la época y antes del disfrute de las merecidas vacaciones, nos someten-fríen a encuestas de todo tipo para, espero, testar, éste,  nuestro sistema educativo.

Conste en acta, que también hay por estos días que cerrarlas, que no me quejo de nada, que no caeré en las zarpas de los que fácilmente serían capaces de afirmar que los profesores tienen muchas vacaciones y trabajan poco. Falsos y dañinos tópicos, que acompañan en ocasiones y por épocas a los trabajos o tareas de las personas.
(Que malo el portero de fútbol, que no paró un penalti, e hizo perder a su equipo).

En fin, que por evaluar el fin de curso, echo de menos, desde las familias, desde el alumnado, desde el profesorado, y desde las administraciones educativas, esa, digamos, pregunta, en tono positivo, ¿fue todo bien?, ¿aprendieron mucho los chicos/as?. Echo de menos reflexiones sobre como motivar más a un alumno/a que está desmotivado/a, o incluso, sobre como conseguir que un profesor/a no se desmotive ante, a veces, tanta desmotivación.

Y, por cierto, me acuerdo de un conocido, que cada vez que iba al médico, le llevaba una docena de huevos, y éste al tiempo agradecido que sorprendido, le decía que no era necesario, que él estaba realizando su trabajo. No sirvan estas reflexiones para llenar las casas, de los profesores,  de huevos, pasteles u otras prebendas, pero...¿que tal estaría aquello de decir...Gracias?.

Buen fin de curso a todos.

viernes, 24 de abril de 2009

Una de padres...

Leo la noticia : Casi la mitad de los padres considera que la exigencia escolar en España es muy baja.

Cierta sorpresa me provoca:
  • Según un estudio, las familias están contentas con los colegios, pero dudan de la calidad de la enseñanza en España
  • Los padres atribuyen el fracaso escolar al poco esfuerzo de los alumnos.
  • Los padres están bastante satisfechos con su propia implicación en la educación de los hijos, más las mujeres que los hombres.
2313273990_9d458a19d7No soy yo de cargar contra los padres, pero, o este estudio es un poco de "prensa amarilla", o hay una cierta hipocresía en el fondo de la cuestión. Cierto es que los padres "parecen" contentos con los colegios, pero aquello de dudar sobre la calidad de la enseñanza, ¿en que basan esa duda?, ¿qué argumentos usan?, ¿que vara de medir utilizan?. Sobre que atribuyen el fracaso escolar a la falta de esfuerzo de los alumnos, sería bueno mirarse un poco al ombligo y trabajar desde casa, y no solo desde los centros para generar o crear ese esfuerzo.

Donde realmente me irrito un poco, es donde habla de la implicación de los padres y su satisfacción al respecto. Unos por que no saben. Otros por que no quieren. También están los que aunque saben no tienen tiempo. Pero en mi experiencia, yo, y salvo excepciones, echo de menos a los padres en los centros.

viernes, 20 de marzo de 2009

El indolente


Hoy hay examen. O prueba. O un ejercicio "especial". De forma irreversible, irrevocable y aunque lo queramos vestir de festejo, hoy hay examen. Es primera hora  de una mañana fría, y con pulcro maletín entra seguro en la clase que le espera. A los alumnos no les mira a los ojos, no quiere que su conciencia se quiebre y prefiere mantener ese halo de sutil complacencia.

pizarraNerviosismo en los alumnos que estudiaron. Tal vez la tarde antes. Tal vez diariamente. Frenéticos, estos alumnos esperan demostrar al demiurgo que las disciplinas que éste impartió no fueron en vano. Demostrar, sin saberlo, que la raza del profesor puede ser perpetuada. Inmortalizar sus experiencias de cátedra.

También nerviosos los otros. Los que nada estudiaron. Los que en un insigne escondrijo, guardan, en pequeños trozos de manoseados papeles, las Tablas de la Ley del Aula. Alumnos, que venderían su alma a "nosequé" diablo, si éste les permitiese poder colocar frente a sus ojos, y sin peligro de ser cazados, esa pequeña obra de arte enciclopédica que es "la chuleta".

Tranquilos pocos, los alumnos que encontramos en este retrato. Tal vez aquél del fondo, aquél cuya conciencia ya no usa, o nunca usó, o nunca le enseñaron a usar. Y aunque cierto es que cada vez más este tipo de oyentes hay en las aulas, preferimos a los otros. A los dóciles o a los aventureros. Y nos inquieta, o nos aturde, en gran medida, la presencia de estos indolentes.

En breve alguna pregunta, que el profesor sortea hábilmente con objeto de mantener intacta su ecuanimidad. Eso de tener "la sartén por el mango", por donde no quema, es algo que todos intentan, pero solo algunos consiguen. Suena el timbre. Baja la bandera. Y el el pulcro maletín, los folios, con más o menos ilusiones adheridas, viajan hasta el lugar del Juicio.

Lo otro, eran solo preliminares. Ahora, en la soledad del guerrero, se va aclarando cada hecho. Colocando alguna tilde. Corrigiendo alguna suma. Y así, tras una deliberación marcada por los patrones de no se qué currículos, en tinta de sangre. La nota. Estampada junto al nombre, per secula seculorum.

Luego vendrán correcciones. Palmadas en la espalda. Incluso reñiduras sobre los deberes o las obligaciones. Vendrán más profesores, y psicólogos. Incluso políticos acudirán a veces. Y explicarán, eso si, siempre de forma estadística, con desviaciones típicas y modas, las razones últimas de los éxitos o los fracasos.

Pero aún allí, al final de aquella clase. Todavía inmóvil está aquél alumno, el que no usaba su conciencia. El indolente. El que, poco a poco muere, y que por la noche, cuando el profesor duerme, es el único que aparece en sus sueños.

domingo, 1 de marzo de 2009

El nuevo

Hacía seis meses que concluyó sus estudios universitarios. Su padre y su madre habían sido maestros, y nunca dudaron de la vocación del "chico", que así llamaban por ser hermano menor de tres hermanas, y también, por qué no decirlo, por su no elevada altura sobre el nivel del aula: uno coma cincuenta y siete. Nunca pensó que fuese a trabajar tan rápido, una sustitución en un pueblo, cerca de la capital. La titular de la plaza está enferma. Nadie le ha dicho cual es la enfermedad y al "chico", en verdad, le importa poco, su gran ilusión era comenzar a, como dicen esos carteles de las farolas, IMPARTIR clases.

Me llamo, Jaime, pero me dicen "chico". Así comenzó su primera clase. Al principio sorprendidos, y más tarde perdidos, los alumnos asistieron absortos a toda una serie de esquemas, fórmulas, y explicaciones que el profesor les contaba, tal vez con algo de vehemencia, tal vez con algo de vanidad. Pasaron cincuenta minutos y ninguna pregunta, seguro que lo han comprendido todo. Hasta el lunes. Era viernes.

nuevoEl primer incidente ocurrió a los tres minutos de iniciar la clase del lunes. Una chica mascaba chicle mientras escribía cartas de amor con tintas imposibles. No supo como atajar la discusión, pero al cabo de siete minutos, la enamorada chica estaba expulsada de clase y "chico", explicaba al resto de acostumbrados oyentes, lo que no se debe, o no se puede hacer. Mañana un examen, declaró el profesor muy enojado intentando reforzar su autoridad.

De los veinte alumnos que tenía, una docena y media de folios en blancos, y los otros cuatro, con intentos infames de no caer en la blancura impoluta de la celulosa, habían escrito palabras que difícilmente se convertían en frases, y que nunca llegarían a ser párrafos legibles.

Después vinieron las burlas, los encuentros, los desencuentros, las justificaciones, los reproches, las culpas, alguna auto-crítica en silencio, y más días. En el séptimo preguntó por la enfermedad de la maestra. El octavo alguien, en la sala de profesores hablaba de vocación. Al cabo de un mes, discutía con unos amigos sobre las vacaciones de los profesores que ya no le parecían pocas.

Deje de saber de él al final de curso. Espero que le vaya bien.
Imagen: http://www.flickr.com/photos/75567359@N00/2313632431

martes, 13 de enero de 2009

Malos tiempos para la lírica

De pequeño viví en un pueblo, por cierto maravilloso, donde tras la escuela, en pandillas, hacíamos no se cuantas trastadas por los alrededores del mismo. En verano, nos bañábamos donde no debíamos, jugábamos al balón en algún parque (cuando la ordenanza municipal lo prohibía), saltábamos desde los árboles, íbamos a poner monedas al tren. Muchos se identificarán con estas situaciones, o con otras similares. También en las ciudades, en los descampados, en los solares donde los montones de arena eran presa fácil a niños y niñas aventureros y/o desvergonzados.

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Pero el implacable paso del tiempo hace de las suyas y si hoy busco a chicos o chicas saltando, los encuentro en los "negocios de bolas" que hay junto a los centros comerciales. El baño veraniego, cuando no es en la playa (soy de mar adentro), es en magnificas piscinas incluso climatizadas, o propias. Los árboles están muy lejos de donde hay niños, y los trenes...¿existen aún los trenes?.

Pero no es para preocuparse, no haré de abogado contra la modernidad, contra el imparable progreso. Pero, me permito la licencia de elevar mi voz frente a esas televisiones que diseminadas por las casas, a veces una por habitación, las cuales entretienen o atontan a propios y extraños, a pequeños y mayores. Y, ¿educan?. Pues bueno, depende de quien esté, (si está) con los niños y niñas, mientras esta maravilla de cajita antes grande, ahora plana, inunda nuestras vidas de problemas ajenos y muñequitos lanzarayos.

Un buen cóctel: mucho trabajo para los padres y madres, así mantendremos el estatus, y/o el apartamento de la playa; mucho trabajo para los abuelos, cansados ya de ejercer de padres, y esas televisiones asociadas ya casi irremediablemente algún tipo de moderna maquinita (que ya hizo su aparición en la escuela y a mi también me surgen dudas sobre su uso Don Antonio). Agitamos, por lo del cóctel, y marchando.

Por cierto, y sin acritud, por si algún lector se sintiera identificado y herido por mis palabras, este cóctel cada vez es más común en nuestras aulas, al menos así no lo hacen ver los alumnos y alumnas que, si algo no han perdido, es esa maravilla de sincera inocencia de la juventud, y lo cuentan todo.